Friday, January 04, 2008

Homilía de la Misa por la Fiesta de la Compañía (1 de enero)



Comparto la Homilìa del P. Francisco Navarro SJ, Superior de la Residencia de Nuestra Señora de los Desamparados de Breña de Lima, en la Eucaristía concelebrada del primero de enero, Fiesta de la Compañía, en la Parroquia Nuestra Señora de Fàtima de Miraflores, presidida por Mons. Luis Armando Bambarén SJ, junto a los padres José Antonio Hernández y Francisco Navarro.

Una de las mejores reflexiones que escuchaba en mucho tiempo. Muy jesuita, crítico, directo, pero con elegancia y aplomo al mismo tiempo:



“En distintas ocasiones y de muchas formas habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de un Hijo, a quien nombró heredero de todo, por quien creo el universo. Él es el reflejo de su gloria, impronta de su ser, y sustenta todo con su palabra poderosa” (Heb. 1, 1-3a)

Sin duda, este año que inauguramos ha de ser vivido, como nos sugiere la exhortación escatológica paulina como una etapa final en el sentido de tiempo de presencia, de teofanía, ETAPA DEFINITIVA. Para nosotros, pues, este año 2008 ha de ser una etapa definitiva, de encuentro, y especialmente de discernimiento, de búsqueda honda del Emmanuel el “Dios con nosotros”. Es una presencia que salva y que nos invita a discernir. Discernimiento que nos permita ser reconocidos, aceptados y amados y que nos hace decir: ¡Abba! (Padre). Somos hijos en y con el Hijo. Llamados a una vida según el Espíritu de libertad que la recibimos de Cristo.

Celebramos a María como Madre de Dios y la Imposición del Nombre de Jesús. Dios se revela de manera definitiva a través de una mujer que nos da a su Hijo y que en la circuncisión le pone el nombre que el ángel le había indicado: JESÚS, que significa “Dios salva”, así, en tiempo presente o también “Yahvé es salvador”. En la cultura hebrea, el nombre es definitivo, le hace ser a la persona, le da una existencia, es un lema que de alguna manera le traza un destino:

“Ningún nombre como el suyo era tan vivo signo de un destino. ‘Jesús’ es la forma griega del nombre hebreo de Josué, abreviatura a su vez del verdadero nombre de Yahosúah. En tiempos de Cristo este nombre se pronunciaba Yeshúah en la zona de Judea y Yeshú en el dialecto galileo” (Martín Descalzo, J.L. Vida y misterio de Jesús de Nazaret”(p.145)

Se nos da un nombre para que oriente nuestro discernimiento “Dios salva” que con licencia teológica también decimos: crea, libera, acompaña, rescata, da la vida, así en presente. Nombre que ilumina las sombras oscuras de la muerte. ¿Cuántas veces hemos cruzado caminos cubierto de esa tiniebla? La muerte de un familiar, o de los desconocidos que mueren a diario, recordemos a las víctimas de decenas de accidentes en nuestras carreteras. El terremoto del año pasado, ¿Cuán inseguros nos dejó? Nuestros hermanos de Ica y Huancavelica lentamente, más despacio de lo que quisiéramos van rehaciendo, en lo posible, sus vidas.

Más allá de nuestras fronteras, centenares de miles de damnificados por las lluvias y la corrupción en Tabasco, México. ¿Y las guerras en Irak y en Somalia y ahora Pakistán…? ¿Las guerras tienen cuándo terminar? Experimentamos, sin duda, realidades que dificultan discernir esa presencia y que nos impelen a la solidaridad y al compromiso. Y, en esta aldea global en la que se ha convertido el mundo, llena de conquistas, de avances nunca vistos en la tecnología, de mejora de la calidad de vida en muchos sentidos pero también aturdida de promesas de riqueza y felicidad que alcanzan sólo a una minoría de la humanidad, se nos da un nombre que va a contracorriente e indica que “Dios salva”.

No me canso de admirar la esperanza humana en las situaciones límites. La voluntad de vivir es mayor que la resignación a la muerte. Sin embargo, a pesar de la indiferencia de algunos sobre el calentamiento del planeta, se va articulando una voz que en esta etapa definitiva ha de ser más firme y enfática, como dice el Papa en su mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz:

“Respetar el medio ambiente no quiere decir que la naturaleza material o animal sea más importante que el hombre. Quiere decir más bien que no se la considera de manera egoísta, a plena disposición de los propios intereses, porque las generaciones futuras tienen también el derecho a obtener beneficio de la creación, ejerciendo en ella la misma libertad responsable que reivindicamos para nosotros. Y tampoco se ha de olvidar a los pobres, excluidos en muchos casos del destino universal de los bienes de la creación. Hoy la humanidad teme por el futuro equilibrio ecológico.” (Benedicto XVI, 1º de ene 2008)

En esta vista panorámica que hemos repasado, vemos que el hombre con santa terquedad hace frente a todo tipo de muerte para vivir a la altura de su dignidad. Nos falta articular esfuerzos, pero felizmente hay una mayor conciencia global contra la impunidad y confiamos en que prevalezca la justicia y que en este 2008 en el que recordaremos los 60 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se fortalezca también en nuestro país el derecho, que se acabe la impunidad y se consolide la democracia, para que ¡Nunca más! se asesine a ninguna persona o se discrimine a ninguna cultura por aparentes razones de seguridad nacional o ideologías en contra de la vida. Ayer como hoy un nombre es palabra profética: Dios salva, libera, da vida.

La Iglesia Latinoamericana reunida en el Santuario de Nuestra Señora Aparecida en Brasil, nos recuerda el papel de Jesús como Buen Pastor que quiere comunicarnos su vida y ponerse al servicio de la vida:

“La vida nueva de Jesucristo toca al ser humano entero y desarrolla
en plenitud la existencia humana en su dimensión personal,
famiiar, social y cultural. Para ello, hace falta entrar en un proceso
de cambio que transfigure los variados aspectos de la propia
vida. Sólo así, se hará posible percibir que Jesucristo es nuestro
salvador en todos los sentidos de la palabra. Sólo así, manifestaremos
que la vida en Cristo sana, fortalece y humaniza. Porque ‘Él
es el Viviente, que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido
de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría
y de la fiesta”. (356)

Sin embargo, hemos de aceptar el don de la vida que se nos da en Cristo con la humildad y con espíritu de discernimiento. No estamos en un tiempo de rebosante optimismo espiritual, a veces sentimos que avanza la incredulidad, la pluralidad de valores y antivalores, nuestras instituciones eclesiales experimentan de diferentes maneras lo que Teilhard de Chardin denominaba “disminución pasiva”, por ello nuestras instituciones han de recuperar el carisma que les dio origen, en otras palabras han de dejar lo relativo y asumir lo fundamental que les da su ser propio.

En esta fiesta titular de la Compañía, encomendemos también a los compañeros que en los próximos días se reunirán en Roma para celebrar la XXXV Congregación, donde se elegirá al nuevo Superior General de la orden y donde se diseñarán la líneas que marcarán nuestra misión en los próximos años. Allá estarán el P. Carlos Rodríguez Arana, provincial nuestro y el . P. Carlos Cardó, párroco de esta sede que nos acoge. Que la congregación sea una verdadera experiencia de discernimiento para acoger el Espíritu de Jesús, llevar su nombre significa que “él tiene la iniciativa en la institución, conservación y aumento de la Compañía.” (Const. 314)

Este año cumplimos los Jesuitas del Perú 40 años, de constitución como territorio eclesiástico autónomo, en nuestra jerga esto se denomina Provincia, después de haber sido dependientes de los Jesuitas de Castilla y Toledo en España. En efecto, el 6 de mayo de 1968, el P. Ignacio Muguiro, asumía el gobierno como primer superior provincial del Perú. Título que se recuperaba después de 201 años de la expulsión y supresión de la Compañía de Jesús del territorio peruano. Aniversario que nos inspira a la reflexión y a la celebración con todos ustedes queridas hermanas y hermanos que forman parte de esta gran familia ignaciana, que nos acompañan en las alegrías y en las tristezas.

Los jesuitas que trabajamos en la Parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados dejaremos Breña, de esta manera la Compañía de Jesús concluirá después de 63 años una fructífera e inolvidable presencia en la casa del Jirón Recuay. Hijos de la obediencia, hemos aceptado, después de mucha reflexión y representación, la voluntad del P. Provincial de transferir la Parroquia a la Arquidiócesis de Lima. Decisión dolorosa para todos, no me cabe la menor duda; debido a la disminución del número de miembros y las innumerables obras que llevamos, obligaron al provincial a tomar esta decisión que acatamos y obedecemos. Nos ha tocado de cerca comprobar la debilidad de la Compañía como cuerpo y la realidad de nuestras limitaciones, se impone la aceptación de este proceso de duelo y una invitación a toda la provincia para vivir nuestra vocación con mayor humildad y realismo a la luz del Misterio Pascual.

Mis saludos y reconocimiento a todos los feligreses de la parroquia, en especial a los que están presentes en esta eucaristía. Hemos aprendido en las últimas semanas, lo que significa la amistad sincera, el cariño y la gratitud, así como hemos apreciado la comprensión, la madurez de la comunidad al recibir la noticia, y hemos acogido la profunda pena que todos compartimos. Sin embargo, una vez más “Dios crea, libera, salva” a través de la comunidad, Dios es siempre mayor, como diría Manolo Marzal hay que dejar a Dios ser Dios.

El nombre de Jesús, acicate para el discernimiento, nos plantea una pregunta: ¿Y ustedes quién dicen que soy yo? (Lc. 9, 20). No respondamos rápidamente, más bien consideremos la actitud de María en Belén, ante la narración de los pastores: “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.

Queridos hermanos y hermanas, hemos de pedir, en efecto un conocimiento interno del Señor. Quiero compartir con ustedes, un texto inolvidable que leí en el noviciado y que se me ha venido a la memoria en los momentos más algidos, se trata de una carta que de ninguna manera es sólo para jesuitas sino para todos los que formamos parte de la familia ignaciana. Un maestro espiritual, el P. Jorge Longhaye escribió una carta memorable a su discípulo Leoncio de Grandmaison al acabar éste el juniorado en septiembre de 1890:

“Y ahora, éste es mi segundo deseo, mi deseo supremo: Ame a Jesucristo.- H. Leoncio, vaya hasta el último aliento apasionándose cada día más por su adorable persona. Estudie, escudriñe, repase, descubra incesantemente para Ud. mismo y para los demás sus riquezas insondables. Contémplelo obstinadamente hasta sabérselo de memoria; mejor todavía, hasta asimilarse a Él, hasta transformase en Él. Que Él sea siempre y por completo el centro de todos sus pensamientos, la clave de sus conocimientos, el término práctico de sus estudios, cualesquiera que sean… Pero desconocido o famoso, ocupado en los ministerios más altos o en los más humildes, sea por lo menos conocido en su esfera de acción como el hombre lleno y penetrado de Jesucristo, como el hombre que a propósito y -si esto fuera posible- sin propósito habla siempre de Jesucristo y habla de la abundancia del corazón.” (Lebreton S.J. Jules, Le Pere Léonce de Grandmaison. Paris, 1932, c.II, pp. 38-43)

Sin embargo el discernimiento que hacemos desde Jesús, no nos recluye. De una u otra manera la dinámica espiritual nos lleva al encuentro del otro, el documento de Aparecida nos confirma desde dónde debemos discernir:

“…las condiciones de vida de muchos abandonados, excluidos e ignorados en su miseria y su dolor, contradicen [el] proyecto del Padre e interpelan a los creyentes a un mayor compromiso a
favor de la cultura de la vida. El Reino de vida que Cristo vino a traer es incompatible con esas situaciones inhumanas. Si pretendemos cerrar los ojos ante estas realidades no somos defensores de la vida del Reino y nos situamos en el camino de la muerte: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte” (1 Jn 3, 14). Hay que subrayar “la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo”, que “invita a todos a suprimir las graves desigualdades sociales y las enormes diferencias en el acceso a los bienes”. Tanto la preocupación por desarrollar estructuras más justas como por transmitir los valores sociales del Evangelio, se sitúan en este contexto de servicio fraterno a la vida digna. (358)

El nombre que celebramos hoy: Yahosúah, Yeshúah, Yeshú, Jesús se presenta en esta etapa definitiva, no sólo como acicate de nuestro discernimiento, nos ofrece también la plenitud de lo humano en la filiación amorosa al Padre. Le pedimos a María que nos encamine en esa dirección con las palabras de la liturgia:

“Reina del claro mes de los renuevos,
de la infancia del mundo y de la tierra,
y de la luz de los nidos nuevos,

y Reina nuestra; Reina de las manos
con sangre y con estrellas, de tu Hijo,
con flores y dolor, de sus hermanos.

Los ángeles te aclaman soberana,
pero mil veces más eres, Señora,
sangre y dolor de nuestra raza humana.”

(Himno de la Solemnidad de María Madre de Dios)


Así sea.

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